miércoles, 3 de agosto de 2011

Pilates, como las peluquerías a Neruda

Compartimos aqui este artículo que he descubierto en el períódico ABC, en su sección de Salud, escrito por Mónica Fernadez, y que a mi me parece pura poesía.



Actualizado 20/01/2007 - 09:22:38
Como las peluquerías a Neruda, el olor de los gimnasios «me hace llorar a gritos».
Entrar en un gimnasio me agobia, me marea. Lo más que hago de ejercicio es nadar junto al mar en las piscinas al aire libre, me encanta nadar bajo la lluvia en esos días fríos en los que el agua humea igual que la niebla, viendo pasar a los trasatlánticos que atracan como edificios a la deriva. El mar, cada vez está más urbanizado. 
Y camino. Camino hasta cinco kilómetros diarios. Pienso caminando, y a veces, también escribo con el pensamiento mientras camino. Pero nunca voy a un gimnasio. Y menos en mi pueblo. Y eso que por todas partes, se anuncian las clases de pilates, que nunca he sabido muy bien qué es, y del que las primas de mi marido hablaban maravillas, mientras yo las escuchaba ausente, creyendo que jamás entraría en esa clase que en principio se daba en el polideportivo, lo cual añadía un terror añadido, porque peor que los gimnasios, son para mí los polideportivos, con su frío y con su eco y con sus lavabos horribles.
Pero ahora se dan las clases de pilates encima de Correos, y no sé cómo, tal vez por mi querencia por esa oficina en una casa roja y de ventanas verdes que me recuerda, salvando las distancias, a la que tenía Monet en Giverny; o tal vez porque Merce, que es tan animada y tiene también una casa un poco rosada me convenció de que me apuntara y redondeara el grupo de cinco de las cinco y media de la tarde. Y aquí estoy, con unas agujetas desconocidas, de tanto estirar las lumbares, el cuello, los brazos, casi no sabía que los tenía.
A falta de chándal, que es una pieza de vestuario que odio con toda mi alma, les he robado el pantalón de deporte a mis hijos, y cuando llegan y me ven de esa guisa, les noto una media sonrisa, «pero mamá ¿tú para qué quieres ser ya guapa?» El caso es que me están encantando las clases. Llego con mi colchoneta bajo el brazo, y lo mismo me cruzo con la carnicera que con la dueña del restaurante. Medio pueblo da pilates. Pero salgo como nueva, y al volver a casa, los mirlos vuelan por delante y me pregunto si son conscientes del movimiento de sus alas cuando vuelan.

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